LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL AMOR
El derrumbe de un sueño.
Es angustiante que en un país como el nuestro casi la mitad de sus habitantes sobrevivan en condiciones de extrema pobreza. Familias enteras que cuentan las monedas para poder comprarle alimentos a los hijos; familias enteras que no tienen un techo, una esperanza, una salida. Es indigno recordar a políticos que, como crueles fabricantes de mentiras, prometían Pobreza Cero; y que se fueron con más del 40% de nuestros pobres cada día más pobres. Pero también es digno recordar que esa mitad del país que es pobre no se hizo pobre sólo en los últimos cuatro o cinco años. Hay una coyuntura que los viene empobreciendo desde hace décadas...varias décadas. Desde el más elocuente desconocimiento del articulado de las políticas estatales, uno se pregunta ¿cómo fue que llegamos a esto? ¿Cómo es que el porcentaje de pobres siempre aumenta y nunca desciende? ¿Ningún político, de cualquier color partidario, encontró aún la fórmula mágica para sacar de la miseria a la mitad de los habitantes de este país? ¿Cuándo se van a dar cuenta que los parches son pan para hoy y hambre eterna?
Uno de los derechos esenciales de los seres humanos es el acceso a una vivienda digna. En Argentina hay millones y millones que no la poseen. La imagen de gente que duerme en las calles, en las plazas, en los hospitales, debajo de los puentes, se transformó en una escenografía cotidiana. Es esa gente que se hartó de observar a políticos, sindicalistas, dirigentes, pasearse en sus autos blindados, mientras habitan en barrios privados, o en Puerto Madero, o en cualquier sitio alejado de la indignidad en la que vive el miserable.
Esta semana hemos asistido, una vez más, a espectáculos penosos. Centenares de personas echadas a patadas, con balas goma, gases lacrimógenos, violencia, de terrenos que habían sido tomados. La propiedad privada no se discute. Pero de la Familia y del Amor al prójimo pocos se acuerdan. Promesas de subsidios, distracciones, cortinas de humo....el miserable navega siempre en los mares de la desesperación. Y el desesperado suele creer siempre en que lo mínimo que le ofrezcan será mejor que la nada que tiene. Sobre todo esos padres de familia que deambulan con esposa e hijos, rehenes de la falta de trabajo, de la inseguridad, de la abundancia de carencias. No debe haber nada más triste que tener hijos llorando y no contar ni siquiera con un vaso de leche para calmarles el hambre. ¿Cómo vamos a salir de todo esto? De seguro no será avalando tomas...pero entonces qué? Se visibilizó esta semana una situación particular en Guernica...pero el Gran Buenos Aires es mucho más que eso. Basta con salir a recorrer un poco de Norte a Sur y de Este a Oeste para asumir con crudeza que la miseria ha echado raíces ya por todos lados. Y que tampoco ha dejado de crecer más allá de Buenos Aires, al margen que muchos crean que lo que ocurre en el país, ocurre sólo en esa provincia.
¿Qué diría Dios?
Sólo quien ha pasado hambre sabe perfectamente qué cosa es; sólo quien nunca tuvo nada valora un plato de comida caliente a diario en la mesa; la sonrisa de un hijo, los ojos felices. Es repulsivo observar a políticos, comunicadores, dirigentes, disfrutar el destrato público hacia los miserables. Eso los hace a ellos aún más miserables que quienes son tratados como una molestia en todos lados. No hay nada más triste que asumir el derrumbe de un sueño: el sueño de una vida digna, de una vivienda, de un trabajo, de un plato de comida, de salud, de educación. 25 millones de pobres...qué diría Dios a todo esto?
INFORME: SERGIO CASTILLO